Consagrada y enviada

Consagrada y enviada, esta es la doble faceta de nuestra vocación de Misioneras del Divino Maestro.

La misión evangelizadora se sitúa en y desde la comunidad. Ésta es siempre una “COMUNIDAD PARA LA MISIÓN” 

No sólo somos llamadas, somos convocadas a vivir en comunión nuestra relación con el Señor y nuestra misión docente-evangelizadora entre los pobres. La llamada a la comunión fraterna es un elemento esencial en nuestra vida consagrada.

Celebramos y agradecemos juntas el DON de la VOCACIÓN. Cada hermana aporta a la comunidad su propio don y carisma, que viene de las distintas edades y culturas y que es una riqueza y un regalo para el bien común.

Vivir unidas, saber aceptarse, crear ambiente de hogar a base de cariño y respeto, con un servicio recíproco y solidario en el trabajo, la oración y el consejo, es hacer comunidad de vida y amor.

En nuestra comunidad de vida, colaboramos todas, cada una desde su posibilidad, edad, condición física, preparación. Pero todo es para “edificación de la comunidad”, todo pertenece a la misma y converge en la única misión que realizamos: la evangelización de los pobres.

Nuestros encuentros comunitarios: planificaciones, revisiones, momentos de expansión, son ocasión para expresar la vivencia gozosa de la propia vocación y dejan ese “poso” de bienestar, de deseo de seguir unidas y de avanzar en el camino de la santidad. Nuestra Madre Inmaculada es Modelo de fe para nuestras comunidades y magnífico espejo donde mirarnos.

Es una exigencia interior de nuestra vida, poner todo en común, “bienes materiales y experiencias espirituales, talentos e inspiraciones, ideales apostólicos y servicios de caridad”.

Tenemos el gran desafío de hacer de nuestras comunidades “casas y escuelas de comunión”. Un camino hacia el interior para vivir la propia identidad y un camino hacia fuera para compartir la misión.

Somos llamadas a recorrer en comunión con Jesucristo su mismo itinerario, recrear hoy los caminos de los discípulos del Evangelio. Queremos anunciar lo que hemos visto y palpado para que todos entren en la misma comunión con el Padre.

Sólo en y desde la comunidad, nuestra entrega, nuestros esfuerzos misioneros son eficaces en la evangelización. Una comunidad enviada a crear ambientes de acogida y alegría, a facilitar espacios de educación integral para nuestros niños y jóvenes. Una comunidad con un peculiar estilo de hacer educación, que tiene a Jesucristo como piedra angular del “edificio” pedagógico. Una comunidad enviada al mundo entero en generosa disponibilidad al Evangelio.

La comunidad es para cada Misionera del Divino Maestro un privilegio, un “areópago” de escucha a su Maestro: en ella vivimos la común vocación y desde ella, se desborda el ardor apostólico hacia los pobres.