Conoce a Francisco

FRANCISCO BLANCO NÁJERA

El 24 de mayo 1889 día maravilloso en el que la Iglesia recibe el gran regalo de un hombre que nace en Logroño, al norte de España para servir a la humanidad. No fue la fama periodística la que a lo largo de sus 63 años de vida llenó páginas de anécdotas y eventos de cualquier índole, fue su entrega incondicional a Jesucristo y a los pobres lo que marcó su presente y sobre todo el futuro, porque después de más de 70 años de su partida a la Casa del Padre, su vida y obra es más vigente en esta hora de la sociedad española y del mundo entero.

Fue un niño inquieto, de corazón despierto para soñar con un mundo nuevo «¡Hay que hacer algo!». Doña Patricia su madre, fue la mejor compañía en la infancia-juventud de este inolvidable Sacerdote, Obispo y Fundador. El encuentro con los padres Jesuitas (el Hermano Muru), produjo en su vida el incendio de la llamada del Señor «Niño, ¿quieres ayudarme a cuidar la puerta?». 

Ahí comenzó la relación con los sacerdotes que le acompañaron a descubrir su vocación. Las primeras cualidades del pequeño que saltaron a la vista de los padres Jesuitas fue la música. El Hermano Muru convertido en el protector de Pachico descubrió su aptitud para el canto, le invita a ingresar al coro de la Parroquia, estudia violín y con mucho sacrificio y trabajo abnegado de su madre consigue comprarle un piano. Esta extraordinaria mujer, vislumbra la riqueza que su hijo contenía en su corazón.

Francisco valiente y arriesgado fue adentrándose cada vez más en la grandeza de esa nueva encomienda: «Niño, ¿quieres ayudarme a cuidar la puerta?». hasta llegar a la entrega total: «CRISTO TODO Y EN TODAS LAS COSAS». Entendió que «no se puede amar apasionadamente a Jesucristo sin arden en deseos de darlo a conocer a los demás». Viendo tantas necesidades se dispuso a trabajar «Mi vida entera si no es para tu mayor honra y gloria y para la santificación de mis hermanos ¿para qué la quiero? ¿que se me da a mí de mí? Nada quiero para mí excepto tu amor y tu gloria». Su generosa entrega crecía de día en día.

Sacerdote, Obispo y Fundador, hombre inquieto con alma de apóstol «Habéis de ser santos. Grabad bien en las fibras de vuestro corazón esta verdad: sólo los santos son los salvadores del mundo». Desde su llegada a la Diócesis de Orense como Obispo, Francisco no pierde tiempo para presentar algunas ideas de su proyecto a los orensanos «Alguien ha dicho que el pectoral es una cruz sin crucifijo, y que el crucificado ha de ser el portador, en este caso yo, vuestro Obispo». En la Catedral pronuncia un magistral discurso programático: «He venido para que tengan vida y vida en abundancia», resaltando con fuerza la centralidad en Cristo plenitud de la vida divina y la profunda convicción de la acción del Espíritu Santo artífice de la vida de Dios en nosotros.

Francisco vive atento a los problemas de la enseñanza conoce bien el tema educativo, una idea fija le acompaña y profundiza en ella con gran visión: La recristianización de la sociedad por la escuela «Mi obsesión es la enseñanza oficial y la recristianización de las obreras, porque siendo las predilectas del Evangelio, son las que tenemos más alejadas de Cristo». «Siento gran satisfacción al verme en medio de vosotros. No soy obrero, pero me complazco en deciros que soy hijo de obreros».

En su corazón llevaba impreso el envío misionero del Señor: «Me envió a evangelizar a los pobres». Desde esta certeza evangélica el Espíritu Santo suscita en él, el don carismático de la educación cristiana. Llega la hora de la Congregación Religiosas Misioneras del Divino Maestro que funda el 7 de diciembre de 1944, con Madre Soledad de la Cruz Rodríguez Pérez, será el fruto sazonado, prolongación de su pertenencia a la Iglesia, de sus ideales, de su pedagogía y de su anhelo de irradiar a Jesucristo «El Divino Maestro os ha llamado para ser apóstoles de su Evangelio, para irradiar la luz de su verdad y el fuego de su amor en las inteligencias y en los corazones de los niños pobres y de los obreros». En octubre de 1951 crea la Asociación de Cooperadoras Seglares del Divino Maestro, con el mismo espíritu de la congregación. 

Entre la ilusión, la fidelidad y la búsqueda Francisco y Soledad, fieles siempre a la voluntad de Dios, abren caminos, esparcen la semilla de la nueva Fundación por distintos senderos, germina y da muchos frutos: Europa, Latinoamérica, República Democrática del Congo. El «Aprended de Mí» del Divino Maestro es siempre la guía que ilumina el ideal carismático, «Id y enseñad», «los pobres son evangelizados» es la fuerza que conduce su misión de llevar al Buena Noticia a todos los pueblos y naciones. 

Las cosas importantes no siempre son fáciles, no le faltaron momentos difíciles. Su centralidad en Cristo fue el secreto de su fiel respuesta, su confianza estaba puesta en Él. De Jesús aprendió, ante todo, que «la santidad es un fiat perenne de nuestra vida a la voluntad divina». Como buen discípulo misionero entregó su vida hasta el último momento. Fue un Pastor comprometido y visionario, con brillante capacidad de escritor, músico, orador. Defendió siempre con extraordinaria lucidez el Magisterio de la Iglesia. 

Su corazón de apóstol permaneció siempre al calor del amor de la Madre Inmaculada, a quien consagró su vida desde los trece años y de quien decía: «No basta con amarla y entusiasmarse con Ella, hay que imitarla». Francisco estaba convencido existencialmente que «Una de las mayores grandezas, de los más dulces atractivos, de las más sabias enseñanzas de la Iglesia Católica, es habernos dado a conocer, venerar y amar a la Virgen Santísima como Madre. Sin Ella el cristianismo sería psicológicamente incompleto».

Interminable resultaría lo que se puede decir y escribir sobre este hombre ejemplar de recia personalidad, apasionado por Jesucristo y junto con Él, viviendo sólo para evangelizar el corazón de la sociedad. Es imposible ocultar nuestro asombro ante tanta fecundidad apostólica, realizada desde la humildad de un Siervo de Dios que se estimaba en poco porque sabía que Jesús Divino Maestro era su todo y en todas las cosas, dejando actuar el poder salvador de Jesucristo, su Señor y su Dios, hasta el encuentro definitivo con Él que tuvo lugar en Ourense -España- el 15 de enero de 1952.

El amor de Jesucristo llenó su corazón. Francisco hizo de este amor a Jesús Divino Maestro, al que se entregó sin reservas, la única razón de su vida. El Señor era su centro, su fuerza y dinamismo interior «Omnia et in omnibus Christus». Su lema episcopal no fue sólo un deseo, fue la verdad de su ser de apóstol, identificarse con Cristo por el amor para que de todos sea conocido y amado «Es necesario que Jesucristo sea todo para nosotros y esté presente en todas las cosas, en nuestros pensamientos y en nuestros afectos, en nuestras palabras y en nuestras obras, en nuestras alegrías y en nuestras tristezas, en una palabra, en el fondo de todo nuestro ser y en todos los acontecimientos prósperos y adversos de nuestra vida».