Como Misioneras del Divino Maestro, queremos asimilar este imperativo como consecuencia lógica de un “amor loco” por Jesucristo, entregándole por completo todo nuestro ser, para que Él viva su propia vida en nosotras.

No basta con conocerle, hay que amarlo con pasión. Es la identificación con Jesucristo, el amor apasionado a Él, el que nos hace amar a los pobres a quienes somos enviadas a evangelizar.

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Porque no existe verdadera identificación con el Maestro, si no se verifica en la auténtica entrega misionera.

La elección y la convocación desembocan en el envío. Llevamos a cabo la misma misión de Jesucristo: anunciar a toda la humanidad la Buena Noticia.  

Nosotras, Misioneras del Divino Maestro, tomamos como texto carismático a Jesús en la sinagoga de Nazaret, en el actuar a favor de los más desfavorecidos. 

Jesucristo y la pasión por su Reino son abrazados en un mismo amor, porque “no se puede amar locamente a Jesucristo sin arder en deseos de que los demás le amen”

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Por eso, el deseo y la necesidad de estar con Él, Corazón con corazón, bebiendo el amor que por la contemplación y adoración se hace fundamento de nuestra misión evangelizadora.

La oración es una necesidad vital en nuestra vida. Sin oración no existe comunidad ni fecundidad misionera.

A través de la liturgia diaria, íntimamente unida a la oración personal, expresamos la primacía de Dios en nuestras vidas. 

La Virgen oyente, que acogió con fe la Palabra de Dios nos mantiene en actitud de discípulas a la escucha del Maestro.

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Consagrada y enviada.

Consagrada y enviada, esta es la doble faceta de nuestra vocación de Misioneras del Divino Maestro.

La misión evangelizadora se sitúa en y desde la comunidad. Ésta es siempre una “COMUNIDAD PARA LA MISIÓN” 

No sólo somos llamadas, somos convocadas a vivir en comunión nuestra relación con el Señor y nuestra misión docente-evangelizadora entre los pobres. La llamada a la comunión fraterna es un elemento esencial en nuestra vida consagrada.

Celebramos y agradecemos juntas el DON de la VOCACIÓN. Cada hermana aporta a la comunidad su propio don y carisma, que viene de las distintas edades y culturas y que es una riqueza y un regalo para el bien común.

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Nuestra oración siempre es escuchada

– Dedicamos cada día un tiempo a la oración personal y en común y celebramos la Eucaristía.

– También reservamos un domingo cada mes para hacer retiro.

– Te invitamos a que entres tú también en oración en tu propia vida.

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Como Misioneras del Divino Maestro, “no sólo tenemos una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir…” Pongamos los ojos en el futuro hacia el que nos impulsa continuamente el Espíritu.

Queremos discernir a la luz del Espíritu el modo adecuado de mantener y actualizar nuestro carisma y patrimonio espiritual en las diversas situaciones históricas y culturales.

Solo cabe adoptar una postura: la del “siempre más”, “sin medianías”, con la que nuestros Padres Fundadores quisieron caracterizar el talante de vida de una Misionera del Divino Maestro. Por ello nos preguntamos con un renovado empeño: ¿Qué podemos hacer de más y mejor?

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Ven, encuentra tu lugar.

SÉ PARTE DE NUESTRA FAMILIA CARISMÁTICA.

SERÁS FELIZ… Esta es la BUENA NOTICIA y la invitación que pretendemos hacer llegar a todos los que se encuentran en proceso de búsqueda, a través de espacios para el discernimiento, diálogo compartido, oración, formación y acompañamiento. 

“Ven”, es una invitación a compartir JUNTOS la fe, alentando una comunión que sane, promueva y afiance los vínculos interpersonales, entendiéndonos como Familia cristiana.  

Queremos ofrecer pistas que conduzcan al fin último de todo proceso de encuentro con la persona de Jesucristo, encontrar en sus palabras y vida, la fuente en donde es posible descubrir todas y cada una de las respuestas a los interrogantes que buscan dar sentido y norte a la propia vida y su aporte concreto al mundo de hoy. 

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La vocación profética se arraiga en una profunda experiencia de DIOS que, nos llama y nos envía a ser signo vivo de su presencia en medio del pueblo. La fuerza motriz de nuestra pasión profética en el seguimiento del Señor es la expansión del Reino de Dios.

Seguir al Maestro es convertir la vida, cada día, en una profecía que interpele al mundo, sediento de espacios de encuentro, acogida, gratitud y fiesta. Necesitado de descubrir al otro como hermano y hermana.

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