Somos llamadas a la identificación con Jesús, el Maestro, que nos dice “APRENDED DE MÍ”. 

Como Misioneras del Divino Maestro, queremos asimilar este imperativo como consecuencia lógica de un “amor loco” por Jesucristo, entregándole por completo todo nuestro ser, para que Él viva su propia vida en nosotras.

No basta con conocerle, hay que amarlo con pasión. Es la identificación con Jesucristo, el amor apasionado a Él, el que nos hace amar a los pobres a quienes somos enviadas a evangelizar.

No ha sido casual ni impensado el nombre con que se nos distingue en la Iglesia. Nuestros Fundadores al poner la Congregación bajo la advocación del Divino Maestro han querido plasmar ese modo peculiar de ser que debe caracterizarnos y que ellos han expresado en sus vidas y en sus escritos.

Nos sentamos a los pies del Maestro como dóciles y atentas discípulas y con el corazón lleno de gratitud le pedimos que nos enseñe. Él, con el Espíritu Santo, ahonda en nosotras el proceso de aprendizaje del Carisma recibido.

Sabemos que no existe identificación con el Maestro, si el corazón no se entrega en un mismo latido a los hermanos. 

Esto queda sintetizado para nosotras, Misioneras del Divino Maestro, en dos palabras: IDENTIFICACIÓN – IRRADIACIÓN. Un solo anhelo, que llenó el corazón de nuestros Fundadores y llena el corazón de sus hijas. 

Porque en nuestra vida consagrada, no se trata sólo de seguir a Jesucristo amándolo por encima de todo, sino en vivirlo y expresarlo desde la adhesión a Él de toda nuestra existencia. 

Nos ha de caracterizar la búsqueda de Dios en el quehacer de cada día: “Nada quiero para mí excepto tu amor y tu gracia”. Nuestros Padres Fundadores realizaron en sus vidas este itinerario de búsqueda de la Voluntad del Señor, hasta llegar a decir: “Voluntad de Dios, voluntad mía”

Sólo el Espíritu Santo puede darnos capacidad para ver, sentir y juzgar, según Dios, desde lo más profundo de nuestro ser. Sólo puede transformarnos si encuentra en nosotras la actitud de María: ¡FIAT! Él hace su obra maestra en nosotras, si le dejamos actuar sobre el terreno de la nada. 

El ID del Maestro, va acompañado del “haced discípulos”. Nuestra Congregación, cada comunidad, cada hermana nos vamos dejando cristificar, porque comprendemos que sólo existimos para esto. Esta es nuestra urgencia. En hacerlo posible gastamos todas nuestras energías y creatividad evangelizadora.  

Ser Misionera del Divino Maestro es pertenecer a Jesucristo en esta Congregación, misterio de gracia y también de miseria. Una misma sangre corre por nuestras venas. Por voluntad de Dios hemos sido convocadas, llamadas de todas las edades, países, culturas, compartiendo el mismo ideal. Somos fruto exclusivo de la elección divina. Jesucristo ha sido el primero en salirnos amorosamente al encuentro y nos llama con “una sola condición, la de no volver a pertenecernos”. Nuestra vida es fruto de su llamamiento gratuito. 

“La oración y la enseñanza, la vida contemplativa y la vida activa, la vida interior y la vida exterior de apostolado docente: ved ahí la misión característica de los apóstoles y discípulos de Jesús. Ésta es también vuestra misión y la del nuevo Instituto”.

El “ser” y el “hacer” de una Misionera del Divino Maestro se exigen mutuamente, han de estar indisolublemente unidos, se dan la mano y colman de felicidad nuestra existencia. Si no poseemos la vida, ¿cómo la vamos a transmitir a los demás…? 

La persona del Divino Maestro es el centro de nuestra vida, Él nos guía y orienta con sus palabras, sentimientos y actitudes. Él es el Camino, la Verdad y la Vida.

Para las que hemos sido seducidas en lo secreto del corazón, por la belleza, el amor y la bondad de Jesucristo, nuestra respuesta no puede ser otra que el amor y la gratuidad, con el deseo profundo de que “nuestra vida religiosa se torne camino hasta el final”. El seguimiento de Jesucristo no tiene lugar sólo en un momento, sino que se verifica y se madura como un proceso existencial que estamos realizando durante toda la vida.

Las Constituciones son para cada una el lugar de inspiración y confrontación de la propia vida y constituyen para todas un estímulo para un conocimiento más profundo de todo aquello que nos identifica como familia religiosa y para una gozosa fidelidad en su cumplimiento.

Somos llamadas y convocadas para mostrar al mundo que se puede ser célibe, pobre, obediente y ricas de vida, de amor, de libertad, de realización personal, de misericordia y de interés incansable por el Reino.

En nuestra vida de Misioneras del Divino Maestro (contemplativa-fraternal-evangelizadora), en nuestros éxitos y victorias, tiempos de gozo y esperanzas, de luchas, dudas y fracasos, se hace presente Jesucristo como Maestro, desde los dos rasgos fundamentales de su personalidad: ser hijos y hermanos, expresados en los valores fundamentales de nuestra espiritualidad: OBEDIENCIA y CARIDAD. Pedimos continuamente a nuestros Fundadores nos ayuden a practicar estas virtudes que desearon fuesen características de la Congregación y por las cuales debemos distinguirnos.

Estamos llamadas a hacer renacer la esperanza, a discernir la voz de Señor en sus pobres, a anunciar y generar, dentro de nuestras posibilidades, estructuras que faciliten la verdadera liberación de los oprimidos. ¿Cómo lograrlo? Mediante la coherencia y síntesis entre los elementos que constituyen nuestra vida de Misioneras del Divino Maestro. 

Siempre es la “hora del Espíritu”. En la salud, en la enfermedad, en la edad joven, madura y mayor… En la actividad externa y en el trabajo silencioso, callado, olvidado, en los momentos altos y bajos de nuestra vida… Porque el Espíritu no tiene edad ni está vinculado a momentos o situaciones concretas, sino que en todo “hace visible las maravillas que Dios realiza en la frágil humanidad de las personas consagradas”.

“Ojalá que no hubiera en nuestra vida ni un solo pensamiento, ni un solo instante, ni una sola actividad que no fuera de Dios, que no fuera de nuestro Salvador y Divino Maestro… Jesús continúa su vida en la tierra, amando con tu corazón, orando con tus labios, sufriendo con tu cuerpo, conquistando almas con tu celo… Es decir, considérate como Jesús viviente y acomódate a ser instrumento suyo”.

En nuestra Madre Inmaculada, vemos un modelo acabado de nuestra entrega. Ella es la gran protectora de nuestra Congregación, porque “al calor filial y devoción a la Madre nació la Congregación” un 7 de diciembre de 1944