Del “Aprended de Mí” al “ID Y HACED DISCÍPULOS”

Porque no existe verdadera identificación con el Maestro, si no se verifica en la auténtica entrega misionera.

La elección y la convocación desembocan en el envío. Llevamos a cabo la misma misión de Jesucristo: anunciar a toda la humanidad la Buena Noticia.  

Nosotras, Misioneras del Divino Maestro, tomamos como texto carismático a Jesús en la sinagoga de Nazaret, en el actuar a favor de los más desfavorecidos. 

Jesucristo y la pasión por su Reino son abrazados en un mismo amor, porque “no se puede amar locamente a Jesucristo sin arder en deseos de que los demás le amen”.

El testimonio es la mayor garantía de evangelización. El Evangelio sólo se transmite desde la vida. Todo en nuestra vida se hace evangelización cuando vivimos desde las actitudes y valores de Jesucristo, viviendo como Él, amando como Él, actuando con los otros como Él.

Las Misioneras del Divino Maestro quedamos marcadas por un profundo ardor evangelizador desde el “Id y enseñad”, evangelización que tiene en la educación de los pobres su plataforma privilegiada de acción, que debe lograr la síntesis entre fe y cultura y llevar a la plena realización en Jesucristo, ideal y fundamento de todo.

En todo nuestro SER y ACTUAR, hemos de reflejar las actitudes de nuestro MAESTRO. Hemos sido llamadas para anunciar el evangelio a los pobres: “Los pobres son evangelizados” haciendo vida el deseo de nuestros Fundadores, porque los pobres son “tesoros de Cristo”.  

Esto se hace realidad más apremiante en la evangelización por la docencia, a la cual nos entregamos sin escatimar tiempo, sin ajustar horarios, porque éste es el lugar privilegiado para la evangelización. Se nos plantea el gran reto de propiciar que la fuerza del Evangelio pueda transformar el mundo de hoy.

Esta llamada nos urge a dar lo mejor de nosotras mismas en servicio, entrega, disponibilidad, trato delicado. Implica valorar las diversas culturas entre las cuales desarrollamos nuestra misión.

Somos conscientes de que caminar con la Madre Inmaculada y ofrecerla a nuestro mundo es mostrar y vivir el proyecto de Dios realizado a plenitud en Ella. Es cuestión de entrega, de vivencia vocacional gozosa, de empuje misionero que nos hace olvidarnos de nosotras mismas, para gastarnos y desgastarnos por los demás.

Nos gusta expresar este ideal con las mismas palabras de nuestro Fundador: “Queremos llevar la luz de la verdad y el fuego del amor del Divino Maestro a la inteligencia y al corazón de los pobres”.

Enviadas a evangelizar a los pobres, ante las nuevas y viejas pobrezas de este mundo que hoy adquieren enormes y desoladoras proporciones, no podemos quedarnos insensibles. Desde nuestra misión docente-evangelizadora nos abrimos a nuevos horizontes. Estamos llamadas a “SER PROFETAS DE VIDA Y ESPERANZA”

La Iglesia nos muestra a María como modelo de fecundidad apostólica para todos los consagrados. Si estamos abiertas a la acción del Espíritu, seremos “auroras que hagamos nacer a Jesucristo en las almas”.