Una historia que contar y una historia que construir

Como Misioneras del Divino Maestro, “no sólo tenemos una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir…” 

Pongamos los ojos en el futuro hacia el que nos impulsa continuamente el Espíritu.

Queremos discernir a la luz del Espíritu el modo adecuado de mantener y actualizar nuestro carisma y patrimonio espiritual en las diversas situaciones históricas y culturales.

Solo cabe adoptar una postura: la del “siempre más”, “sin medianías”, con la que nuestros Padres Fundadores quisieron caracterizar el talante de vida de una Misionera del Divino Maestro. Por ello nos preguntamos con un renovado empeño: ¿Qué podemos hacer de más y mejor?

Renovamos el compromiso de conversión personal, comunitaria y congregacional y de gozosa disponibilidad a la llamada del Señor que pide, además fidelidad creativa al carisma.

Preguntar por lo que quiere el Señor HOY de nosotras, implica volver los ojos a los grandes ideales de nuestra vocación:

Asumir el seguimiento de Jesús como la opción radial de nuestra existencia.

Poner la fe en la fuerza creativa del Espíritu Santo que continuamente renueva la faz de la tierra.

Inculturarnos con los pobres desde la fe en la encarnación del Hijo de Dios.

Asumir la misión de Jesús: construir su Reino mediante nuestra misión docente-evangelizadora.

Recrear la vida comunitaria en base a los valores evangélicos, signos de un diálogo siempre posible y de una comunión capaz de poner en armonía lo diverso, lugar donde se comparte y se celebra la fe.

Nos apremia el ser garantes de un Carisma que hoy tiene plena vigencia en la Iglesia y que es un don para compartir. Carisma que vivimos con los laicos porque sólo desde la sinodalidad, donde las diversas vocaciones son acogidas, podemos encontrar nuestra específica identidad de signo y de testimonio, por ello, cada vez más queremos promover lazos humanos y espirituales, favorecer la colaboración y el enriquecimiento mutuo entre hermanas y seglares.

Vivimos en una situación que implica pérdida de seguridades y, al mismo tiempo, purificación, interiorización, fuerte dosis de espiritualidad. Es el tiempo de promover una espiritualidad de la esperanza, fundamentada en la centralidad de Jesucristo y en el compromiso con los pobres. 

Jesús Maestro nos enseña a mirar desde su vida y escuchar allí donde el mundo nos habla, un mundo herido y en continuo cambio. 

El desafío de la renovación no sólo consiste en mejorar lo que ya se tiene, sino también en ofrecer una respuesta nueva y radical a los retos de nuestro tiempo, valorando el don de nuestra riqueza carismática. 

Renovar significa volver a los fundamentos, a lo esencial de nuestra forma de vida, para encarnarla hoy en nuevas actitudes, formas y respuestas que, teniendo en cuenta los signos de los tiempos, hagan más visibles los valores evangélicos de nuestro Carisma y con ello nuestra vida y misión. Se trata pues de discernir nuevos caminos de fidelidad.

Nuestra Madre Inmaculada con su presencia compasiva y vivificadora guía nuestro caminar por la historia con el “arrojo necesario” para hacer frente a los retos de nuestro tiempo para llevar a todos la alegría de la Buena Noticia.

Es tiempo de “remar mar adentro” con desafíos y esperanzas, oportunidades y riesgos. Remar mar adentro y lanzar las redes, confiadas en el Señor, poniendo nuestra mirada en el Divino Maestro que nos invita a “llevar la luz de su verdad y el fuego de su amor a la inteligencia y al corazón de todos, especialmente de los pobres”.

Jesús Maestro nos impulsa a ser dinámicas y audaces, libres y abiertas. El seguimiento de Jesús suscita en nosotras actitudes por las que caminar en la vida, para saciar la sed, vendar las heridas, ser bálsamo en las llagas, colmar los deseos de alegría, de amor de libertad y paz de nuestras hermanas y hermanos.

La renovación de nuestra espiritualidad carismática nos impulsa a recuperar en tiempo y profundidad la oración personal, recrear nuestras relaciones fraternas en comunidad, revitalizar nuestra pobreza consagrada, recuperar la vivencia de la obediencia, expresar gozosamente nuestra presencia evangelizadora. Nos sentimos llamadas a renovar nuestro amor apasionado: “Pasión por Cristo y pasión por la humanidad”

Somos elegidas por Él para irradiar el amor que ha sido derramado en nosotras y con la fuerza carismática, como nos dicen nuestras Constituciones: “Nosotras hemos de esforzarnos, durante toda la vida, por asimilar el carisma de nuestros Fundadores, Francisco Blanco Nájera y Soledad Rodríguez Pérez, y vivirlo en actitud profética de constante búsqueda por descubrir las formas auténticas y perennes del Evangelio en un mundo que cambia”.

Importa afinar el oído para escuchar y reconocer las inspiraciones, las llamadas internas del Espíritu que nos sorprenden la mayoría de las veces. Sigamos con la mente abierta y sintonizada para oír su voz. Queremos dar cabida al Espíritu para que intervenga con toda su fuerza y eficacia, y con su gracia se realice la unidad plena. 

Cuando desde el agradecimiento volvemos a nuestros orígenes carismáticos, descubrimos la frescura de existencias totalmente gastadas al servicio de Jesús Divino Maestro en sus pobres. En ello va empeñada, hoy como ayer, toda nuestra vida, nuestra libertad, nuestro amor, la donación total a Él. 

Contamos con la ayuda de nuestros Fundadores: FRANCISCO y SOLEDAD, que soñaron con una Congregación SANTA, EVANGELIZADORA y que viviese en VERDAD.

Que sea nuestra Madre Inmaculada, quien nos ayude a vivir con fidelidad nuestra Identidad de Misioneras del Divino Maestro.