Conoce a Soledad

MADRE SOLEDAD DE LA CRUZ RODRÍGUEZ PÉREZ

Soledad Rodríguez Pérez es el nombre de esta mujer consagrada, religiosa educadora que, nació en Zamora, España el 1 de febrero de 1904. Una vida que nos enseña el valor existencial de la fe como el camino de la verdadera felicidad «Vivan de fe y serán felices». Desde niña amó profundamente al Señor, su corazón ardía en deseos de entregar toda su vida a Dios y servir a los hermanos. «Solita», así la llamaban, era alegre, cariñosa, se hacía querer de todos. Tenía una particular belleza natural, había que descubrirla por su sencillez y amabilidad.  

Nacida en una familia numerosa, parte de su infancia y adolescencia, creció y se educó interna en el colegio de huérfanas de la Beata Mariana de Jesús, donde adquiere una sólida formación cristiana. Era confesor de ese Centro educativo un P. Escolapio, desde temprana edad comienza Soledad a manifestar su inquietud vocacional.  

Su destacada piedad y amor a la Virgen la prepararon para responder a la llamada del Señor. A los dieciocho años ingresa al Noviciado de las Religiosas Escolapias, donde profesa, vive y crece su vocación de Religiosa Educadora, hasta que se encuentra con Francisco Blanco Nájera, quien era confesor del Colegio Santa Victoria en Córdoba, donde ella estaba destinada. En los designios del Señor se iban entretejiendo los hilos de una nueva Fundación «Padre, ¿por qué no fundamos una Congregación para niñas pobres?» comienzan las conversaciones e intentos de hacer realidad aquella compartida inquietud carismática que, oran y reflexionan. 

El 7 de diciembre de 1944 fundan la Congregación Misioneras del Divino Maestro. Esta obra carismática es el don precioso que recibió de Dios «Mi Dios, mi alma mi eternidad». Con arriesgado entusiasmo supo hacer realidad los grandes postulados que el Espíritu ponía en su corazón de Fundadora. Así nace la Congregación, llena de ilusión y nuevos bríos, impregnada de gran devoción a la Virgen, sin lugar a duda la Madre Inmaculada es la fiel custodia «Al calor filial y devoción a la Madre nació la Congregación, y aunque todas las prerrogativas nos pertenecen, la de la Inmaculada fue nuestro imán; nuestra mayor ilusión el ponernos bajo ella, comenzar bajo su fiesta»

Madre Soledad marca un camino luminoso, un estilo educativo abierto y acogedor para formar la inteligencia y el corazón de los pobres. Y sobre todo una pedagogía cristiana que nace del testimonio de la propia vocación «Me empeñé en que dentro de mi hubiera un lugar al que no llegue nada de la tierra. Solo Él presente y allí rendirle mis actos de adoración, amor, sufrimiento, vencimientos, renunciamientos».  

La Congregación Misioneras del Divino Maestro fue la semilla de una nueva forma de vida consagrada educadora, que responde a las necesidades del momento histórico. Madre Soledad acompañó la nueva Fundación dando convicciones vocacionales profundas a las primeras hermanas, formando comunidades, construyendo centros educativos. Con escasas fuerzas físicas y, a pesar de su débil salud, supo multiplicar la semilla del «Id y enseñad». Apenas transcurrieron unos meses desde la muerte del Padre Fundador 15 de enero de 1952, junto a Madre Amalia, emprendió aquella inolvidable salida misionera para Venezuela, en mayo de ese mismo año, llevó adelante la obra encomendada «Irradiar la luz del Evangelio y el fuego del amor del Divino Maestro».  

La Congregación nacida en España rápidamente se extendió por Latinoamérica y África. Entre todas sus obras ocupa un lugar especial el Noviciado de Montealegre Orense, cuya inauguración fue el 15 de agosto de 1964, un lugar repleto de vocaciones para ir al mundo entero y anunciar el Evangelio. Esa gran obra que recibió innumerables vocaciones de Misioneras del Divino Maestro actualmente es testigo de la fidelidad y del amor entregado. 

Madre Soledad es en sí misma una fuente de estímulo para no quedarnos en su persona, sino que a través de la relevancia de su vida y obra entramos activamente a reconstruir la memoria agradecida de una historia de amor y fidelidad hasta el día de su partida a la Casa del Padre, en Madrid, el 28 de octubre de 1965.  

Sus enseñanzas y la ejemplaridad de su vida tienen plena vigencia hoy, en medio del dinamismo y la complejidad de los tiempos nos permite encontrar la necesaria creatividad para responder a los desafíos del mundo actual. Su delicadeza, la riqueza de sus relaciones humanas, su religioso modo de ser y estar, su enorme libertad de espíritu, el bien decir de sus palabras, y la frescura de su humanidad marcan caminos por donde transitar. ¡Cuánto nos ilumina su profunda convicción y el deseo de hacer realidad la voluntad de Dios! «Dios lo quiere, Soledad lo puede». «Quiero la voluntad de Dios tan de verdad que es mi mayor tesoro»

Hablar de Madre Soledad de la Cruz, es hablar de fe, de renovada esperanza y de un profundo dinamismo misionero. Este dinamismo surge del corazón del Divino Maestro, donde ella encontró la luz y la fuerza para vivir y fundar una Congregación apostólica docente «No separen nunca de la escuela, su adelanto espiritual». Su vida da testimonio de este interés por la educación. Para ella educar es un acto espiritual, la educación no puede lograrlo todo, pero sí desarrolla la inteligencia e ilumina la voluntad. «La escuela es preparación para la vida» -afirma- «Hagan todo lo posible para que las niñas estén contentas y adelanten en todos los sentidos»

Fue una mujer atenta a Dios y a los signos de los tiempos. Su vida se configura en un corazón apasionado por Jesucristo y por los pobres «Se nos dan los niños pobres tesoros de Cristo, para que grabemos en ellos su imagen». Su generosidad es fruto del Espíritu. Salió al encuentro de los pobres desde Jesucristo. Acercarse a Madre Soledad es encontrarse con una experiencia mística que evoca al Señor, la Iglesia, la humanidad, los niños, los jóvenes, la familia, la escuela. Respondió a la irrupción del Espíritu como un rayo de luz que disipa las tinieblas, suscita frescor, entusiasmo, renueva e ilusiona.  

El reconocimiento de su belleza no deja a la Familia Divino Maestro, atrapada en la mirada meramente humana, sino que, descubrimos que su hermosura tiene que ver con una vida unificada en el Señor hasta tal punto que une la dimensión sobrenatural con la gracia de educar «El nivel sobrenatural con la gracia de obtener de Dios el regalo de las niñas pobres, tesoros de Cristo para grabar en ellas su imagen». La vida de Madre Soledad habla de una llamada y una respuesta convertida en ideal, meta, trabajo abnegado, ilusión y compromiso «Hacer de la escuela lugar de Santidad»

Su vida es oración, enseñanza, fraternidad y envío. Pero, en fin, más allá de las palabras escritas, están aquellas hechas con las letras de su incondicional fidelidad de discípula. «Pídanle a Jesús que camine más de prisa a la santidad». Fue una enamorada de la persona de Jesús Divino Maestro. Y lo fue con un realismo casi tangible, estaba profundamente convencida de que Jesús es «el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre». Es impresionante su deseo de grabar la imagen de Jesús en los pobres. En ella se da una formulación muy luminosa de este vínculo entre Jesucristo y la educación de los pobres. Se detenía, se emocionaba, sentía en el «hecho educativo verdadera reverencia como si en cada niña estuviera palpando la belleza del Señor». «La educación es el supremo arte cuyo maestro es el Espíritu Santo y en el que la persona es humilde colaboradora». Lo suyo era la formación del ser humano en su totalidad, en todas sus fortalezas y capacidades con el fin de que sea lo que debe ser. Educar significa tener el coraje para servir.  

¿Horas de aflicción? ¿Por qué iba a liberarse de ellas? su misma enfermedad le ayudó a que fuera así. «Pidan por mí, que lo necesito, pues, aunque quiero la voluntad de Dios, necesito fuerzas para sufrir, para ser humilde». Sintoniza con la sensibilidad, pero cuando se trata de vivir en fidelidad o proponer la verdad del Evangelio lo hizo con fuerza, con pasión «Soñé con una Congregación que siempre fuese verdad, aun en nuestras caídas. Era mi lema cuando fundé». Tan profundo como su nombre «Soledad», era para ella el valor de la verdad. Cuando alguien de la talla de Madre Soledad ve cristalizar sus sueños, también invita a soñar: «Hoy seguimos soñando con la verdad del encuentro con Jesucristo, seguimos soñando con la verdad de la obediencia y la caridad, seguimos soñando con la verdad de la fraternidad, con la búsqueda de la voluntad de Dios y el amor apasionado a la educación de los pobres ¡seguimos soñando con la aventura de la santidad!».